jueves, 24 de enero de 2008

Un artista de excepción nacido en Canihual

Santos Chavez
De pastor de cabras a eximio grabador

No quería pompas fúnebres. Pidió que sus cenizas fueran arrojadas al mar y que sus amigos lo recordaran alrededor de un asado, en el patio de su casa. Murió en la madrugada del 2 de enero de 2001. A sus funerales en Concón asistieron unas cuarenta personas y hubo los discursos de rigor. Su esposa alemana, Eva, recibió una ánfora con sus cenizas que, conforme a sus deseos, fueron esparcidas en el océano. La agonía de Santos Chávez duró semanas. Su tenaz batalla contra la muerte empezó en su pulcra y florida casa en Reñaca. Ya no podía trabajar. El cáncer había inutilizado su brazo derecho pero aún así bajaba a su taller y se empeñaba con la mano izquierda en trazar algún boceto que luego sometería al delicado proceso de sus grabados. Deja un legado de unas mil obras que tienen su sello inconfundible.
Nació en Canihual, cerca de Tirúa , en 1934. Su padre, José Santos Chávez, era uno de los pocos habitantes del lugar que sabía leer y escribir y se empleó como escribiente de la comisaría de carabineros, destinada más a reprimir a los mapuches que a guardar el orden público. Su madre, Flora Aliste Carinao, tenía fama como ceramista.


Casi todos sus temas tienen que ver con su tierra araucana, con el viento, la lluvia, galopes, rostros de niños, de muchachas, soles rojos o azules, vuelos fantásticos a lo Chagall, amantes silvestres, cabras de la pradera, pájaros, bosques encantados. Trabajaba con paciencia y rigurosas exigencias estéticas, prefería la madera para sus planchas y rompía los proyectos que a su juicio no alcanzaban la perfección y la expresión exacta de lo que se proponía.

Desde un comienzo al fin, sus temas fueron los mismos. Adquirió con el curso de los años un seguro y talentoso oficio. Sólo en su último tiempo agregó a sus grabados unas acuarelas sobre paisajes nebulosos o sobre rincones periféricos de Berlín, ciudad en la que vivió veinte años y donde realizó grandes exposiciones y fue reconocido como uno de los más grandes artistas latinoamericanos. Sus grabados fueron publicados en portadas de revistas, se convirtieron en carteles y tarjetas postales. Ninguna tentación de explorar en otros temas y estilos lo sacó de lo suyo. Quería ser, en primer lugar, un artista del pueblo mapuche, de sus esencias, de su entorno terrenal y también de sus luchas.