sábado, 16 de enero de 2010

Canción al puerto que amarra como el hambre.


El restaurant estaba casi vacío en aquel principio del verano. Los mozos iban y venían indiferentes mientras que los cantantes repetían por la énésima vez el estribillo a los parroquianos somnolientos y a una pareja de turistas que, en la mesa del lado, poco comprendía el idioma y lo representaba aquel vals popular. Dos cantantes payaseaban mimando la canción y un viejito de negro medio ciego que punteaba virtuosamente una vieja guitarra "apastillada" con un micrófono estridente. Pero la magia estaba allí, la armonía también. Y aquel canto a Valparaíso parecía un extraño lamento escondido detrás esa falsa algazara, de ese estridente regocijo. De pronto la canción me pareció profundamente triste y desesperada: "..pero este puerto que amarra como el hambre, no se puede vivir sin conocerlo..." entonaban riendo los artistas.
Y pensé entonces en todos los puertos, en todas las caletas y las playas y los acantilados del Sur, que se dejan atrás pero que nos amarran tal como aquel puerto irreal de la canción, puerto de quimeras y de sueños que los viajeros del mundo entero esperan algún día venir a conocer y que nosotros preferimos ignorar.
Pagué y me fui.