domingo, 22 de marzo de 2009

El barroco taciturno y el plato que se enfría


Sentado ya, solo en el restaurante, frente al mariscal caliente el silencio me invade, confundido, porque quisiera describirlo a la manera de un Lezama Lima que era capaz de describir en páginas barrocas enteras un plato de langostinos y para mí es tan difícil alinear dos palabras seguidas que prefiero callar.
(...Hizo su entrada un segundo plato en un pulverizado soufflé de mariscos, ornado en la superficie por una cuadrilla de langostinos, dispuestos en coro, unidos por parejas, distribuyendo sus pinzas el humo brotante de la masa apretada como un coral blanco. Una pasta de camarones gigatomas, aportados por nuestros pescadores. Formaba parte del soufflé un pescado llamado emperador que Doña Augusta solo empleaba en el cansacio del pargo cuya masa se había extraído en círculos luego en hebras, langostas que mostraban el asombro cárdeno con que sus caparazones habían recibido la interrogación de la linterna al quemarles los ojos saltones, un plato de lograda apariencia semejante a un flamígero, muy cerca ya de un barroco, permaneciendo gótico por el horneo de la masa y por las alegorías esbozadas por el langostino...)JOSE LEZAMA LIMA, Paradiso, Alianza Tres, Madrid, 1988.

- Ya, pues - interrumpió mis reflexiones la señorita que atendía- No se me quede ahí mirando el mariscal como si no supiera comer...¿No ve que se le va a enfriar? - y se alejó moviendo la cabeza, murmurando algo sobre los clientes lunáticos.

El alba que se viste de rojo.


Cuando los ruidos de la madrugada recién empiezan me dejo llevar por los murmullos de las olas y las alertas de los gallos que reemplazan a los perros que, cansados de responderse entre ellos, se retiran a dormir. Las casas se tiñen de tonos anaranjados y las nubes doradas y rosas parecen inmóviles, suspendidas en la brillante horizontalidad de fuego que anuncia el día. Hace frío y me acomodo el gorro de lana para protegerme de la brisa marina. El aroma de pan caliente y de madera encendida me indican la senda de un desayuno que me espera, tibio y reconfortante, entre sorbos de mate dulce, charla amena y menta de humedales.

La dirección email perdida.


Caía la tarde y los muchachos habían hecho muchos kilómetros desde Santiago para ver el mar del Sur. Vendían artesanía en las ferias y se habían entusiasmado con la idea de conocer el litoral. Por fin llegaban a Quidico desde Purén y faltaba la imagen para inmortalizar la aventura. Me pidieron que les tomara una foto y les prometí enviarla a una dirección email que me dieron y que se perdió entre el papeleo y las boletas que la dan a uno por cualquier chuchería que compra.
Aquí está la foto, espero que alguno de ellos tenga la buena idea de escribir "Quidico" en Google.

jueves, 5 de marzo de 2009

El tiempo que quizá viviera


Pessoa hablaba del desasosiego cuando intentaba expresar esa extraña sensación que nos invade ente una imagen, una palabra o un gesto que nos desconcierta porque despierta en lo mas recóndido de la conciencia aquellas impresiones ambiguas que confunden tiempo y visión de algo que ya hemos visto. La ruca estaba en una semipenumbra y el humo del fogón incandescente hacía oblicuas columnas con los rayos solares que perforaban la rústica habitación. La muchacha estaba allí silenciosa y su gesto estaba cargado de reminiscencias. Las sombras ayudaban a percibir la suavidad de aquel tiempo que quizá viviera. El tiempo pareció desaparecer y sólo las rojas brasas soplaban un hilo de vida. Abandoné la ruca, volví por las dunas hasta Cura y fue sólo allí, luego de la contemplación de la enorme playa que pude olvidar, mucho más tarde, la remembranza de aquella mirada.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Tarde de Sol


Entre las ramas del valle descubrimos la lengua de plata del río Quidico que serpentea lentamente desde la laguna, bajando perezoso hasta la playa. A veces una pescador remonta las aguas en un viejo bote de colores y juega con sus vueltas infinitas y sus díafanos meandros. El sol se mira en el río, lo hace centellear entibiando su espejo profundo y frío y luego se va a esconderse detrás de la Isla Mocha envolviendo a los espíritus antiguos entre las nacientes sombras del atardecer.

Las casas de Contulmo

Una hermosa casa particular que resiste admirablemente al clima del Sur de Chile.

El típico almacén del pueblo de tiempos de nuestros abuelos.


A fines del siglo XIX se instalan los colonos europeos en Contulmo y muchas casas del pueblo fueron construidas a imagen y semejanza de lo que se hacía en Europa en esa época. El pueblo es un museo arquitectural y caminar por su calles es como vivir en aquellos momentos del poblamiento de estas regiones que, recordemos sin embargo, no estaban deshabitadas como hoy todavía algunos afirman.